Sintió un desfallecimiento. Respiró hondo.

Nadie había visto nunca lo que estaba viendo. Ni siquiera él mismo. Vivía con ese dedo desde hacía treinta y cinco años, pero ignoraba cómo era por dentro. También desconocía el aspecto de su corazón o de su bazo. No es que le picase la curiosidad por eso, al contrario. Pero ese hueso limpio formaba parte de él, desde luego. Y ese día lo veía por vez primera.

Después de vendarse el dedo y limpiar la mesa, había perdido el apetito. Se sentó al ordenador para abrir el correo y echar un vistazo a las noticias internacionales. El navegador se iniciaba con la página principal de Yahoo. En lugar de ella apareció un mensaje de error en el servidor.

– ¡Maldita sea mi estampa!

Como aún le quedaba tiempo, marcó el número de Telecable. El contestador no se puso en marcha. Lo dejó sonar largo rato.


En la parada del autobús sacó del maletín el suplemento dominical del periódico, que no había tenido tiempo de leer en los días anteriores. El sol de la mañana lo deslumbró. Rebuscó en los bolsillos de la chaqueta, pero entonces recordó que las gafas de sol se habían quedado sobre el cajoncito del ropero. Comprobó si Marie le había contestado. Hojeó de nuevo el periódico buscando las páginas de Decoración.

Le costó concentrarse en el artículo. Sentía una irritación sorda.

Al cabo de un momento reparó en que leía una y otra vez la misma frase sin comprender el sentido. Sujetando el periódico bajo el brazo, dio unos pasos. Al levantar la cabeza comprobó que no había nadie, excepto él. No se veía a una sola persona ni pasaban coches.

Una broma le vino a la mente. Y: Tiene que ser festivo.



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