– Odio las farsas -rezongó-. Siempre las he odiado.

– Nunca dejes que tu enemigo te vea debilitado -repuso Trevor, citando su regla favorita de conducta.

– Y odio tener que considerar a todo el mundo como mi enemigo.

– Así es como se hacen los negocios. Vamos, hasta ahora lo has hecho maravillosamente bien.

– Pero no estás completamente seguro de mí, ¿verdad? Por eso me llamaste cuando venías hacia aquí: para asegurarte de que no me había echado atrás. Pues bien, me he echado atrás.

Los dos hermanos trabajaban para Distribuciones Norton, una gran empresa de transportes fundada por su abuelo, Barney Norton. Ambos poseían acciones en la empresa, y la dirigían entre los dos desde que Barney se había retirado por enfermedad. La diferencia estribaba en que Trevor vivía y respiraba por aquel negocio, mientras que Jennifer sólo había entrado en Norton para complacer a Barney.

Trevor era un tipo de unos treinta años, fuerte y macizo, de mediana estatura. Podría haber resultado atractivo si no frunciera tanto el ceño. Jennifer respetaba a su hermano por su dedicación al trabajo, pero a veces la exasperaba su falta de paciencia y su carácter gruñón y malhumorado.

– ¡Por el amor de Dios! -exclamó Trevor, pasándose una mano por el pelo-. Esta noche será una gran oportunidad de hacer contactos, de conseguir influencias… Con tu belleza, serás el centro de la fiesta.

Era cierto que la naturaleza la había dotado a Jennifer de todos los encantos. Sus enormes ojos oscuros destacaban en su rostro ovalado, y tenía una boca seductora, extremadamente deliciosa. Pero esa misma naturaleza también la había privado de algo: carecía completamente de la capacidad de utilizar su belleza de la forma que Trevor esperaba. Pero él no parecía comprenderlo.



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